Cultura

Entrevista a Ernesto Calabuig, el escritor de los seres cercanos.

Dicen las malas lenguas que los críticos literarios son autores que no consiguieron publicar y vuelcan sus frustraciones en los que tuvieron más suerte. Sin embargo los análisis que suele hacer Ernesto Calabuig, especializado en producción hispanoamericana en la actualidad, son generosos y buscan la justicia, su verdad más íntima, dando por igual su parabién o su crítica (siempre constructiva) y dejando que fluya la parte más positiva de cada libro. Por otro lado, y siendo puristas, no podríamos ya incluirlo en el conjunto del dicho anterior, pues acaba de publicar Un mortal sin pirueta, quince relatos sobre las personas del día a día con sus sueños y sus realidades cotidianas no exentas de drama, ilusión y poesía. Hace unos días reseñábamos la obra en Ellibrepensador. Hoy buscamos su opinión:

 

– Ellibrepensador: ¿Cómo es eso de publicar a los cuarenta? ¿Te sientes como un adolescente, aunque sea un poco?

Ernesto Calabuig: Me siento raro. Es extraño que esta colección incluya cuentos de mis 28 en adelante y se cierre con un relato escrito a los 40 (“Con el viento de Galicia”). Evidentemente los 28 y los 40 son dos mundos distintos, separados. Quizá la única ventaja de haber tenido que esperar tanto para publicar, sea haber alcanzado una cierta madurez personal-literaria, y la suerte de haber podido releerme y “reescribirme”, mejorando mis textos más antiguos y unificándolos en lo posible con los nuevos. No. No me siento adolescente, pero es obvio que no asumo o percibo del todo mi edad real. Basta leer mis cuentos para ver que esa es una constante y también una autocrítica.

– EL: ¿Por qué has escogido el relato como formato literario? ¿No hubiera sido más comercial la novela?

– EC: Realmente no he hecho una elección. Es sólo que hasta ahora me he expresado mejor en relatos que en narraciones largas. Aunque poco a poco voy encontrándome más a gusto en la media y larga distancia. El último relato del libro –el más largo- da un poco la pista de hacia dónde quiero ir ahora, o al menos de dónde partiré en adelante: estoy trabajando en dos novelas cortas.

– EL: ¿Te has dejado muchas narraciones en la maleta de piel a la hora de publicar?

– EC: Sí, algunas narraciones que eran estampas excesivamente breves, casi flashes. Y también un cuento que se llamaba “La venida a menos de Yago Sistiaga”, que hace años me pareció interesante y ahora más bien me avergüenza. Era una nota disonante en el conjunto, un cuento mal escrito e incluso de mal gusto. De haberlo incluido, hubiera roto eso que Virginia Woolf llama “valor de integridad” de una obra. También quedó fuera todo un primer libro de relatos inédito, escrito en los tiempos de la universidad: se titulaba “Un relato a dos voces”. En el pasado me gustaba, pero ahora vi que no era posible salvar nada de ahí para integrarlo en “Un mortal sin pirueta”.

– EL: Los auténticos protagonistas de tu obra, en general, son las personas de nuestro mundo, de carne, pero con un evidente espíritu, con dosis poética y drama, las personas de nuestro entorno… ¿Cómo crees que tomará esto un público cada vez más acostumbrado a los héroes ficticios o históricos y deformados?

– EC: No lo sé. A mí me interesa muy poco lo que se llama “novela histórica” y la moda a la que ha dado lugar. A menudo me parece un decorado de cartón piedra: una plantilla más o menos estándar que decenas de escritores aplican de un modo más o menos semejante. Tampoco me interesan los misterios basados en efectos especiales facilones. Ya sabes, apoyarse en una pared y que se abra una galería, otra dimensión, ese tipo de cosas: códigos y hermandades secretas,  rutas de la seda, siamesas que se buscan por los cinco continentes… Prefiero los fantasmas cotidianos, los que nos rodean a todos. Y esos no se visten de templarios ni viajan a China, ni se esconden en lienzos de Leonardo.

– EL: ¿Cómo calibras el punto poético para que no se te escape la realidad, la cotidianeidad en tus narraciones?

-EC: Creo que no calibro ni hago un cálculo. Me sale así. Sólo tiendo a mirar siempre desde ese ángulo poético sin perder de vista un cierto realismo cotidiano.

– EL: ¿Qué significan para ti la literatura y la filosofía alemanas? Están presentes en tu obra de forma directa e indirecta.

– EC: Sí, lo están. Es cierto. Yo soy licenciado en Filosofía y traductor de alemán. Durante mis años universitarios me atiborraba de novela alemana, suiza y austriaca. Tuve, como muchos otros, “fiebres bernhardianas”, pero Bernhard hace mucho que no es ya una lectura favorita. Crea dependencia, paraliza, asfixia, no abre horizontes como escritor ni como lector. Hay autores mucho más interesantes, por ejemplo en la tradición inglesa (Virginia Woolf, Ian McEwan, Coetzee…) Y mi formación filosófica está ahí de fondo, aunque ha ido cediendo el paso a eso que Javier Marías llama “el pensar literario”.

– EL: ¿Podrías elegir uno de entre esos cuentos como tu favorito y decirnos por qué lo es? ¿O acaso no puede el “padre” elegir entre sus hijos?

– EC: Es difícil, y cada persona de mi entorno cercano que ha leído el libro me señala unos favoritos. No podría elegir uno sólo. Hay dos que me parecen mejores por su intensidad y una especie de lirismo desesperado: “El café en taza pequeña” y “Con el viento de Galicia”, pero no sé si son mejores o peores que el dedicado a Goethe o que “Gran angular de Enrico Martinetti”, un cuento absolutamente autobiográfico y querido.

– EL: En estas historias aparecen varios profesores que eran religiosos jesuitas. Sin embargo, llevando la contraria a la mayoría de las publicaciones actuales, no los describes como monstruos de psicologías retorcidas sino hombres apasionados por sus asignaturas, capaces de motivar a los alumnos o humanos hasta el punto de perderse en el rápido cambio del mundo. ¿No temes que te tachen de reaccionario y conservador?

– EC: No me tengo por reaccionario y conservador. Aunque es posible que todos los reaccionarios y conservadores tampoco se tengan por eso. No soy tampoco un niño bueno que nunca ha roto un plato. Es cierto que yo hago en algunos cuentos elogios de maestros, que podían ser religiosos o no. También hay elogios de laicos. Realmente hace mucho que me considero agnóstico, a pesar de esa educación de niño-adolescente en un colegio de padres escolapios (no jesuitas) en aquel Colegio Calasancio de Conde de Peñalver. Si elogio la figura de un sacerdote concreto en mis relatos, no lo hago por su pertenencia a la Iglesia católica, sino por su capacidad exclusivamente humana para animar o estimular o sacar lo mejor de nosotros. Del mismo modo que un profesor de gimnasia laico (Antonio Postigo) consiguió que yo terminara corriendo carreras de mediofondo y fondo a buen nivel y que aún hoy siga entrenando cuatro veces por semana. Ese es el fondo de mi admiración. Lo único que mi libro tiene de conservador es que trata de recuperar y mantener un mundo pasado para que no se desvanezca.

– EL: Parece que en tus relatos late un hombre que su adolescencia admiró y respetó a no pocos adultos. ¿Qué crees que ha pasado para que hoy los adolescentes respeten tan poco a sus maestros, por ejemplo?

– EC: No lo sé. Yo no sólo sentía respeto. Por algunos incluso miedo –sacerdotes viejos que te daban capones con anillo y esas cosas-. Algo que aceptábamos como normal, en silencio, y que hoy, afortunadamente, no se toleraría. En eso el cambio ha sido para bien. Pero también es cierto que cada año nos enteramos de casos alarmantes en el otro extremo: profesores maltratados por alumnos o por padres de alumnos… Barbarie y civilización.

– EL: ¿Nostálgico? ¿Qué echas de menos de la época en la que se dio tu adolescencia?

– EC: Quizá lo que haya en mis relatos es una nostalgia controlada, canalizada hacia lo literario. Echo de menos, en todo caso, un tipo de vida despreocupada y aparentemente eterna, también un mundo más ingenuo y espontáneo que el de ahora, pero no desearía volver atrás, ser de nuevo adolescente.

– EL: Además de este libro recién salido del horno de la editorial Menoscuarto, también hemos oído que has colaborado en una obra sobre los mejores autores del pasado siglo. Empiezas pisando fuerte en el mundo editorial…

– EC: Bueno. Ha sido una casualidad. O no publicas nada y sufres una indiferencia de años, o se da una casualidad y sales de golpe por partida doble Ese otro libro es “Cien escritores del siglo XX” (Ariel), dos volúmenes coordinados por Domingo Ródenas y donde yo escribo acerca de Alfred Döblin, Max Frisch e Ingeborg Bachmann.

– EL: Como crítico, ¿qué es lo peor que te puedes encontrar en una obra?

– EC: Como crítico y como lector, me molesta especialmente que la gente desaproveche el espacio y las posibilidades de una novela para imitar patrones más que inventados, como el realismo sucio: personajes clónicos que van de duros y de malditos y que toman copas en bares o en moteles mientras se fijan en una rubia. También me molestan las novelas con mensaje demasiado obvio formulado y remachado en los labios del narrador. Autores que ya piensan por ti y que, por tanto, te impiden pensar.

– EL: Además de Un mortal sin pirueta, ¿qué libro de relatos recomendarías a nuestros lectores?

Últimamente he leído y reseñado en El Cultural de El Mundo un libro de relatos que a mí me parece de verdad poderoso: “Los amantes de Todos los Santos”, del colombiano Juan Gabriel Vásquez. Está publicado en Alfaguara. Y por supuesto, siempre hay que volver a los grandes autores de relatos: Chejov, Maupassant, Ivan Bunin, Haroldo Conti…

Ernesto Calabuig

Ernesto Calabuig

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.