Cultura

El Misterio de las Montañas

Foto: Andrew Irving y George Mallory en el campo base tibetano del Everest.

Foto: Andrew Irving y George Mallory en el campo base tibetano del Everest.

En mayo de 1924 dos alpinistas británicos, George Mallory y Andrew Irving desaparecieron bajo las faldas de la montaña más alta del mundo, el Everest. El cuerpo del primero fue encontrado 65 años más tarde a escasos 521m bajo la cumbre por una expedición cuyo único objetivo era esclarecer un misterio aún mayor que el de la fórmula de la coca-cola. ¿Realmente se consiguió llegar a la cima del mundo en 1924? ¿Fueron Hillary y Tenzing los primeros en 1953?

Poco importa quien fuera el primero, y poco importa también si unos lo hicieron en 1924 con los escasos medios de la época y otros en 1953 con más medios. E incluso importa poco que a día de hoy centenares de personas lleguen a la cumbre más alta del planeta ayudados de toda la tecnología actual. Lo que sí importa a todas estas personas es el motivo por el cual suben allí arriba, sabiendo de ante mano que existe la posibilidad de que no vuelvan nunca más.

En una conferencia de presentación del proyecto en Estados Unidos, Mallory, para quien en 1924 era su tercera expedición al Everest, un periodista le preguntó por qué empeñarse en subir a esa inaccesible montaña. Me imagino a este montañero inglés posiblemente encogiéndose de hombros ante tan absurda pregunta. Lo que sí sé es que respondió con un simple “porque está ahí”.

Un hombre que era maestro, que tenía tres hijos y que en esta expedición en que desapareció junto a su compañero Andrew Irving arriesgaba su vida por algo tan sencillo, aparentemente, como un “porque está ahí”.

A muchos alpinistas se les ha preguntado alguna vez por qué suben montañas, por qué exponen su vida de esa manera tan aparentemente inútil. Mi madre, de hecho, me lo sigue preguntando algunas veces.

Foto: Raúl Muñoz escalando en hielo en Rjukan – Noruega.

Quien pregunta generalmente suele ser ajeno a este mundo vertical, y a pesar de que es difícil explicar a alguien que no ha escalado alguna vez o no se entusiasma con la idea de deslizarse con esquís por una gran montaña, intentaré dar luz a esta incógnita.

Ese sencillo “porque está ahí” resume la idea de exploración que reinaba en círculos intelectuales de la Inglaterra de principios del siglo XX. Igual que la exploración del Polo Sur o el conocimiento de los mares.

En la actualidad estas motivaciones exploradoras se han diluido en el tiempo, aunque esto no quiere decir que no queden lugares por descubrir o cumbres y paredes vírgenes por escalar. O incluso en el caso de la expedición con esquís al Cho Oyu, nuevos retos que vencer.

Porque al fin y al cabo en la naturaleza de todos nosotros, alpinistas o no, hay una fuerza motivadora por superar dificultades porque sí, porque están ahí. Y porque nos refuerza como personas cuando conseguimos resolver los problemas de la vida y también porque en el proceso aprendemos y crecemos. Y después del sufrimiento, si es que lo hay, te sobreviene un inmenso placer. Un sentimiento de comunión y comunicación con los elementos como decía el esquiador Patrick Vallençant.

Pero, ¿hasta qué punto vale la pena esta afición? ¿Qué compensaciones ofrece arriesgar en ocasiones la vida? La respuesta es que no hay respuesta. Cada hombre y cada mujer que realizan este tipo de actividades tienen sus propias motivaciones. Fuertes convicciones internas sin las cuales no concibe su modo de vivir.

Los alpinistas no somos personas con una fuerza diferente, tan sólo con ilusiones diferentes. Personas para quienes el alpinismo, la escalada o el esquí, además de ser un deporte es una religión, una filosofía de vida. Lo consideramos como una forma de expresión y de estar en contacto con lo que hay de natural y de salvaje en nosotros.

De tal manera es una forma de expresión que uno de los más grandes escaladores contemporáneos lo llamó “the art of climbing”. Esto lo dijo Wolfang Gullich, un prolífico escalador alemán que abrió las puertas a una arriesgada disciplina como es el “solo integral”, que es simplemente escalar sin cuerda.

Foto: Wolfang Güllich, solo integral en la fisura de Separate Reality (7a+ a 200m del suelo). Yosemite – USA

Alguien le preguntó una vez si estaba loco. “Loco…”, contestó, “… es estar ocho horas en una oficina”.

De modo que si escalamos montañas o las esquiamos desde lo más alto, y con ello ponemos a veces la vida en juego, es porque allí está realmente nuestra vida. Me gusta entenderlo leyendo lo que escribió Anthony Mello en la obra de “el canto del pájaro”:

Yo antes estaba completamente sordo. Y veía a la gente, de pie, dando toda clase de vueltas. Lo llamaban baile.
A mí me parecía absurdo… hasta que un día oí la música.

Entonces comprendí lo bello que era la danza.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.