Sociopolítica

No hay accidentes en la vida de los Estados

El rey está desnudo

A diferencia de la vida de las personas, no hay accidentes en la vida de los Estados. Su existencia y credibilidad será buena o mala según la resultante combinada y natural de sus políticas y acciones institucionales. La anarquía actual, el desfalco económico, las tensiones sociales y el desgaste de la estructura nacional libanesa son el resultado de un Gabinete antagónico con diferencias irreconciliables. El Gobierno de Nayib Mikati actúa como si la democracia fuera una entelequia y promueve intereses sectarios, no el interés nacional libanés.

A menudo, la realidad es difícil de aceptar y de  interpretar por los dirigentes políticos libaneses. La comprensión de su desarrollo, nunca o casi nunca es tomada con seriedad, pues sus posiciones no son dictadas por la racionalidad de las circunstancias sino por una idea predeterminada generalmente influenciada por la pertenencia sectaria y tribal. Estos dirigentes creen que su partido y su pueblo son la misma cosa y que deben disponer del apoyo total de ambos. En concordancia con esta posición, actúan como si tuvieran el dominio absoluto y completo de la verdad y sostienen que los demás están mal informados o son parte de un complot en su contra. Ésta es la fantasiosa y victimista percepción de elementos ideologizados según la cual, incluso si adoptan algún punto de vista sobre la realidad asociado a quienes se les oponen, será siempre lo que ellos indiquen lo que deberá prevalecer.

Lo cierto es que el estado de incoherencia del régimen predominante en Líbano no sólo se debe a la clase dirigente. También es generado por la mala calidad del sistema nacido del Acuerdo de Taif que convirtió el sistema político en un sistema polifacético y escandaloso que conspira contra la propia democracia. La clase política aún defiende ese vetusto acuerdo bendecido por la –prehistórica– Liga Árabe en 1989. Sin embargo, el hecho real es que Taif causó una fractura en las instituciones y acrecentó los conflictos sectarios y confesionales como vemos hoy. Generó un sistema perverso que es la troika predominante y estableció formalmente la interferencia definitiva de Siria en los asuntos libaneses. Así, Líbano fue conducido a un oscuro callejón del cual es casi imposible salir airoso en el fortalecimiento de las instituciones democráticas y las libertades ciudadanas.

Tras 27 años fuera de Líbano, regresé dos semanas en 2010, tiempo suficiente para dialogar con amigos y familiares. Hablé con todos, hasta con los que nos señalaron como desertores. Repasando mi vida, estoy convencido que fue mejor dejar un país en guerra con las manos limpias y sin odio a quedarse en una tierra enferma y acabar con las manos manchadas, convertido en un irracional sediento de venganza. No me molestó lo que se dijo de quienes marcharon. Entendí a los que se quedaron con sus familias. Todos dejamos partes de nosotros, todos perdimos algo y todos tratamos de reconstruir nuestras vidas. Al regresar y ver hasta qué punto muchos se convirtieron en cómplices y acobardados me dolió el cuerpo y el alma. Me pregunté: ¿qué han hecho de nuestro Líbano? ¿Hasta dónde se llevó el viento de la destrucción el perfume de los cedros sagrados? ¿Cómo pudo el odio germinar con tanta fuerza en una tierra que fue refugio de pensadores, poetas, escritores y de cualquier perseguido del mundo árabe? ¿Dónde están los Khalil Gibran de nuestro tiempo?

Hoy me pregunto: ¿dónde está la indignación? ¿Dónde están los libaneses de la diáspora y los de dentro del país que no demuestran en las calles su rechazo a vivir gobernados por marionetas al servicio de energías extranjeras resignándose a ser asesinados cuando se atreven a enfrentar la mentira? Si los presidentes Bachir Gemayel y Rene Muawad, el primer ministro Rafik Hariri, el periodista Samir Kasir, el ministro Pierre Gemayel, el diputado Gubran Tueni y tantos otros no planteaban una amenaza para los grupos terroristas y las bandas armadas, entonces, ¿por qué los asesinaron? El general Wisam Hasan se unió hace horas a ese grupo de valientes libaneses que creían en la fuerza de las ideas y el poder de la verdad. Si compartíamos o no las ideas y creencias de Hasan, ése no es el problema hoy. Lo que está en juego en Líbano es si la dignidad humana, la libertad y el derecho de las personas importan. Lo que está en juego es la supervivencia de una nación que ha sido sistemáticamente estrangulada por el terrorismo salvaje los últimos 30 años.

Corresponde por tanto pronunciarse firmemente si valoramos la decencia y el imperio de la Ley. Si no lo hacemos, entonces no hay excusa. Está claro que los criminales de Hasan probablemente son los mismos que asesinaron a Gibran Tueni. En ambos casos, los dos hombres estaban fuera del país y fueron volados a las 24 horas de su regreso. Esto es una fuerte evidencia del nivel de planificación e información interna de que disponen los asesinos. No es un misterio que los crímenes están conectados. Su similitud se deduce fácilmente e implica que los asesinos cuentan con  fuertes lazos con el régimen sirio y el Grupo del 8 de marzo, ¿qué otros podían tener acceso a la información sobre la ruta de viaje de Hasan y la capacidad para actuar cuando regresó de Alemania vía París la noche anterior? Está claro quiénes están implicados en el crimen. Aunque ellos no accionaran el detonador, son culpables, han prestado apoyo cubriendo los asesinatos anteriores y muestran a diario su desprecio por la democracia, la libertad y la vida. Hasan presentaba una amenaza para los cuatro oficiales de Hizbulá acusados del asesinato de Hariri. La importancia del trabajo del Hasan evitando asesinatos planificados por Michael Samaha que actuaba por orden directa del más alto nivel de funcionarios sirios, incluyendo posiblemente al presidente Bachar al Asad, ha quedado probada en las filmaciones y declaraciones de Samaha reconociendo su conducta al servicio de Siria al ser detenido en agosto. Ya está bien de muerte y destrucción.

Tenemos un deber ético en defensa de la libertad. Debemos gritar «que el rey esta desnudo». No debemos tomar partido por nuestra propia desaparición siendo el árbol que da la madera al mango del hacha que lo derribara. Este Gabinete debe irse y se deben celebrar elecciones. Los ciudadanos deben hablar y expresar por medio del voto lo que les fue silenciado por la fuerza de las bayonetas durante más de 30 años de crímenes y ocupación.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.