Sociopolítica

Sobre los reyes, los filisteos y sus almorranas de oro

«Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día» (I Samuel 8: 18, Valera).

A propósito de una recopilación en torno al tema de la justicia y la sanidad en una época de carestía económica, me topaba esta mañana con una suculenta cita ubicada en el primer libro del profeta Samuel. Como recordarán, Samuel, también líder militar durante la primera parte de la guerra contra los filisteos, fue el personaje que concluía la saga de jueces israelitas y el mismo que abría nuevos horizontes para la organización social y política de los reinos de Judá e Israel nombrando a Saúl como ‘Rey’ –Saúl de la tribu de Benjamín que será sucedido por David de la tribu de Judá.

El profeta y último juez Samuel

El profeta y último juez Samuel

Durante la vigencia de Samuel como líder y juez del pueblo elegido, sucedía, como decíamos, parte del largo conflicto con los filisteos. Al ver que eran derrotados una y otra vez, los israelitas decidieron acarrear el Arca del Pacto hasta el frente mismo de la contienda. Si bien aquello hizo hinchar tempranamente el pecho a las tropas israelitas, los filisteos terminaron por vencer también esa escaramuza y por apoderarse de la mismísima Arca del Pacto. Y el resultado fue desastroso por partida doble.

Para los israelitas aquello era un suceso terrible, habían perdido el símbolo sagrado -guardado por aquel entonces en el tabernáculo y después en el Sancta Sanctorum construido por Salomóny el vehículo de comunicación con su dios. pero para los filisteos no resultó ser tampoco motivo de regocijo. Como está escrito, los filisteos guardaron el Arca junto en un  santuario junto a una imagen de su dios –Dagón (sic.)- y éste amaneció un día fracturado por la cintura y a los pies del Arca, como en una pose de reverencia hacia ese habitáculo del dios hebreo.

«Y volviéndose a levantar de mañana el siguiente día, he aquí que Dagón había caído postrado en tierra delante del arca de Jehová; y la cabeza de Dagón y las dos palmas de sus manos estaban cortadas sobre el umbral, habiéndole quedado a Dagón el tronco solamente» (I Samuel, 5: 4 de la biblia Reina Valera).

El Arca del Pacto

El Arca del Pacto

Pero la cosa no termina ahí, otras penurias asolaron el reino de los filisteos: además de una plaga de jerbos -pequeños roedores con las patas traseras muy largas- los varones comenzaron a sufrir de tumores -«Y se agravó la mano de Jehová sobre los de Asdod, y los destruyó y los hirió con tumores en Asdod y en todo su territorio». Evidentemente, con este panorama, los de Asdod, los filisteos en su capital, decidieron que «No quede con nosotros el arca del Dios de Israel, porque su mano es dura sobre nosotros y sobre nuestro dios Dagón» (I Samuel 5: 6-7). Ahora bien, antes de comentar el curioso desenlace de esta histórica liza, hay que mencionar la traducción que nos trae la biblia de los Testigos de Jehová sobre las características de esta dolencia filistea.

Allí se traduce tumores por hemorroides: al parecer, según la Watch Tower, los masoretas anexionaron los puntos vocálicos tejo-rím, fijando el sentido de tumores en el ano humano (I Samuel 5: 6 nota pie de página, p. 357 de la biblia de los T.J.). Los filisteos debían de estar francamente fastidiados; por un lado, los jerbos -traducidos en la Valera como ratas- estarían acabando con sus reservas y cultivos de cereales y legumbres, es decir, su fuente de fibra natural; por otro, el dios hebreo los atormentaba con la aparición de las dichosas hemorroides -y ya se sabe que el estreñimiento que ocasiona la falta de fibra alimenticia y la compañía de hemorroides no es nada agradable. Con muy buen juicio, y algo doloridos, los filisteos decidieron retornar el Arca a sus legítimos poseedores; sin embargo, sus sacerdotes les advirtieron la necesidad de acompañar su devolución con algunas ofrendas para aplacar la ira del dios hebreo. Vean cual fue la decisión de dichas ofrendas:

« […] Si enviáis el arca del Dios de Israel, no la enviéis vacía, sino pagadle la expiación; entonces seréis sanos, y conoceréis por qué no se apartó de vosotros su mano.

Y ellos dijeron: ¿Y qué será la expiación que le pagaremos? Ellos respondieron: Conforme al número de los príncipes de los filisteos, cinco tumores de oro, y cinco ratones de oro, porque una misma plaga ha afligido a todos vosotros y a vuestros príncipes.

Haréis, pues, figuras de vuestros tumores, y de vuestros ratones que destruyen la tierra, y daréis gloria al Dios de Israel; quizá aliviará su mano de sobre vosotros y de sobre vuestros dioses, y de sobre vuestra tierra» (I Samuel 6: 3-6, Valera).

Pero recuerden que según la biblia de los que han visto a Jehová, tumores significaba en realidad hemorroides; de modo que aquello que habían de representar con figuras de oro eran sus propias hemorroides -dice en la biblia de la Watch Tower: «Y tienen que hacer imágenes de sus hemorroides e imágenes de sus jerbos» «cinco hemorroides de oro y cinco jerbos de oro» (I Samuel 6: 5 y 4). El resultado, excepto para los filisteos, es harto hilarante -aunque no dejan de quedar cuestiones al margen del tipo, principalmente, ¿qué forma tiene una hemorroide de oro? ¿qué tamaño?

Tras estos acontecimientos, Samuel siguió juzgando a Israel hasta que envejeció; entonces, y aquí viene la cita que les anunciaba al principio, al ver envejecido a su líder y que su descendencia era más bien díscola y dada a la injusticia, el pueblo de Israel pidió a Samuel que se instaurará un figura de Rey -como el resto de pueblos por entonces tenían. Él habría de gobernarles y ganarles sus batallas, algo que a su dios no le agradó en exceso. Empero, éste accedió no sin pedir a Samuel que transmitiera el siguiente mensaje en el que les advertía de ciertas cosas:

«Dijo, pues: Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro;

y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros.

Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras.

Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos.

Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos.

Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras.

Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos.

Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día» (I Samuel 8: 11-18, Valera).

El pueblo elegido experimentaba entonces una transición desde un régimen arcaico y tribal a una suerte de organización social más moderna encabezada por la figura de un rey. No les irá mal, como decíamos David sucederá a Saúl y a éste le sucederá Salomón. Juntos compondrán el periodo en el que el reino de Israel estará unificado y cosecharan vigorosos éxitos, además de alguna que otra derrota. Sin embargo, llama la atención la advertencia que da el dios a su pueblo: pronto se arrepentirían de elegir un soberano humano para encauzar los derroteros de su vida como comunidad.

En suma, yo extraigo dos lecciones de este breve periplo bíblico que me ha tenido cautivado durante esta calurosa jornada dominical. En primer lugar, la biblia puede ser divertida, además de ilustrarnos diversos pasajes históricos que, con mayor o menor fidelidad, va representando. En segundo lugar, el cambio de un régimen metafísico -aunque, en realidad, no tanto  ya que gobernaban los jueces inspirados por su dios- como sería el regido por una entidad ‘supraceleste’ -dígase Dios o su antípoda anarquía (termino sustituible aquí por ética pura, eleuteronomía de los individuos)- no siempre es beneficioso. Hoy hemos cambiado nuestros valores universales, nuestro dios, nuestra libertad como individuos que quieren “hacer el bien” por un régimen de reyes, representantes y leyes mercantiles que, como le decía su dios a Samuel y su pueblo, se apropian de nuestros recursos y nuestras mismas personas.

Esta es la antesala de la compleja urdimbre biopolítica que hoy decide quién muere en base a las variaciones de la bolsa internacional. Toda una lástima, y lo peor es que no se puede decir que no estábamos avisados.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.