Sociopolítica

Ser o no ser catalán. La lección escocesa

referendum scotland

Foto: ztephen

Uno se pregunta, cómo es posible que existiendo tanto especialista y catedrático en sociología y economía nadie sea capaz de hacer un análisis correcto y anticipado de las tendencias que subyacen bajo las manifestaciones públicas. Ocurrió con la “burbuja” que por lo visto sorprendió a todo el mundo. El mundo oficial, claro. Acaba de ocurrir con el referéndum en Escocia. Y tampoco nadie fue capaz de hacer un análisis sobre las corrientes subterráneas que circulan bajo las movilizaciones.

Los analistas están limitados por los intereses de quienes les pagan. Así de sencillo, porque si recurriésemos a la sicología de masas o a la dialéctica, las leyes del movimiento, según Engels, no nos podrían sorprender que las fuerzas ocultas afloren a la superficie en situaciones de riesgo. Es algo como el sálvese el que pueda en un naufragio. Quienes contemplaban, desde sus hamacas, la puesta del Sol indiferentes a lo que ocurría, son los primeros en saltar desde su indiferencia al bote salvavidas.

Es que no ha ocurrido nada que ya, hace siglos, no hubieran explicado Hobbes, Spinoza o Kant, cada uno a su manera. Y lo hicieron mucho antes que Freud o Reich. La sociedad, los individuos que la componen, en situaciones de riesgo acaban optando por la seguridad. Aun renunciando a sus ideales. Freud fundamentó la necesidad de una cierta represión sexual o la renuncia a la plena libertad sexual porque ponía en riesgo la seguridad de la civilización. Esta, según él, necesita reprimir parte de sus ideales para no ser destruida por los mismos que buscan seguridad.

La ilusión que perseguimos choca con el deseo de seguridad. Es un conflicto social e individual. Socialmente suele ocurrir que quienes se movilizan impulsados por un ideal eclipsan a quienes no se movilizan o porque no participan del ideal o porque se mantienen indiferentes, como si con ellos no fuera la cosa. Se mantienen indiferentes hasta que el ideal de unos no se siente como una amenaza por los otros. Que suelen ser mayoría.

La ilusión y la inercia de la movilización movilizan a miles, millones, que se sienten arropados e identificados, no desvinculados, con la movilización. Los movilizados parecen más, y son millones, pero han puesto todo su esfuerzo en la movilización y en ella está toda su fuerza. Lo que se ve, enorme, es lo que hay. Ya no quedan más reservas.

Las reservas se encuentran en los millones, que son más millones, que no se han movilizado pero que cuando vean peligrar sus intereses sí se movilizarán. Ante el riesgo a perderlo todo, y eso es una apreciación subjetiva que existencialmente siente cada individuo. Si viviéramos en una situación de miseria y no en una sociedad de bienestar, la miseria nos transformaría a casi todos en revolucionarios. No tendríamos nada que perder; pero vivos en una sociedad de bienestar en la que un terremoto amenaza ese bienestar, por precario que sea. No podemos ser revolucionarios cuando estamos identificados con la sociedad en la que vivimos.

Algo así ha ocurrido en Escocia donde casi el 100 por cien de la población se ha movilizado frente al cincuenta por cien que solía hacerlo. El significativo hecho de la masiva participación en las elecciones ha puesto en marcha a quienes parecían indiferentes a un proceso que no iba con ellas. Hasta que han sentido que sí iba contra ellos. Contra su seguridad. Es una reacción de la psicología de masas, que está contenida en cada individuo en particular.

En Cataluña el ejercicio democrático a decidir sobre nuestro propio destino nos sacaría a todos de dudas. Especialmente cuando se ha producido el extraño fenómeno de que 600.000 musulmanes están a favor de la independencia. Extraño, ¿no? Este será el más grave problema de Cataluña para los próximos veinte años. Porque su identidad sí que está en juego. Hay que ser muy necio, y los seres humanos lo solemos ser, como cuando dejamos crecer el nazismo, para no ver la amenaza apocalíptica del futuro.

Existe una fórmula, sin embargo, para luchar contra el miedo y la inseguridad ante un cambio radical de situación. Y no es otra que el nacionalismo debe presentar ante la opinión pública un plan económico, y deberíamos hablar de planificación para el día después, el de la independencia, en el que se exponga qué tipo de política económica se va a aplicar, con qué recursos y con qué objetivos. Aquí no vale ilusionar con fantasías porque el mundo real que nos rodea tiene su propia realidad. Esa realidad también es la nuestra y sin contar con ella nunca podremos proponer algo viable.

Fundamentar en una ilusión el objetivo de la independencia no sólo es un suicidio, sería una hecatombe, cuya responsabilidad caería sobre quienes no hayan hablado claro.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.