Ciencia

Mitos de la Escuela: El agrupamiento homogéneo de los alumnos

La escuela sustentada en obsoletos mitos (2): el agrupamiento homogéneo de los alumnos

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Foto: Pixabay

Existe una coincidencia total entre los expertos de la organización escolar en que las escuelas graduadas, basadas en el agrupamiento homogéneo de los alumnos, surgen en la segunda mitad del siglo XIX (en España, al inicio del siglo XX) como un intento de racionalizar la escolarización de enormes masas de niños, con el menor costo económico posible, cuando se declaró obligatoria la enseñanza de todos los niños dentro de un umbral inferior y otro superior de edad. Asimismo, se admite sin lugar a discusión, que el hecho de haber aparecido esa concepción de la escuela en los momentos en que lo hizo y, sobre todo, en las grandes ciudades, fue como consecuencia de los procesos de concentración urbana que originó la revolución industrial.

En líneas generales, el agrupamiento homogéneo del alumnado consiste en reunir al mayor número posible de alumnos supuestamente igualados en alguna característica (edad cronológica, edad mental, nivel de conocimientos, etc.) en un mismo grado, para que el profesorado pueda impartir con mayor eficacia y el menor costo económico posible los contenidos curriculares.

Partiendo del supuesto de que esa característica igualatoria y homogeneizadora determina que todos los alumnos de ese nivel (normalmente, llamado curso académico) posean las mismas motivaciones, los mismos estilos de aprendizaje e idénticas capacidades, se les obliga a aprender los mismos contenidos de cada materia y grado con idéntica metodología, con los mismos recursos didácticos y en el mismo período de tiempo.

En un primer momento, a los alumnos que diferían de esa característica (es decir, los no considerados normales) se les dejaba sin escolarizar o se les recluía en instituciones psiquiátricas. Más tarde (generalmente, al comienzo del siglo XX) se suavizó la situación de esas criaturas, escolarizándolas en escuelas especiales. Posteriormente, a los alumnos que, a pesar de esa pretendida homogeneidad, no alcanzaban al final del año escolar los niveles mínimos impuestos por la autoridad, se les hacía repetir curso.

Hay que reconocer que en una sociedad que excluye a quienes se separan de lo que se considera normal, ese modelo de escuela segregacionista tiene una cierta justificación, dado que expulsa de su seno a los alumnos con algún tipo de discapacidad, con problemas del comportamiento, o con dificultades en el aprendizaje académico. Sin embargo, esa especie de justificación excluyente ha sido desarbolada de forma radical por la abundante investigación existente sobre el tema, ya que todos los resultados indican que los grupos homogéneos de alumnos no existen, sean cuales sean los criterios que se empleen para lograr esa pretendida homogeneización.

El modelo funcionó de forma relativamente satisfactoria cuando estaba permitido expulsar de la escuela a quienes se separaban de la mayoría, bien sea por arriba o por abajo.

Lo que no tiene ninguna justificación posible es que todavía se agrupe a los alumnos por cursos de forma inflexible, en un momento en que se defiende la inclusión en las escuelas ordinarias de todos los alumnos, independientemente de sus capacidades y de su origen socioeconómico y cultural.

Hoy en día el intento de agrupar a los alumnos de forma homogénea e inflexible en cada curso funciona más o menos bien en los colegios privados que pueden permitirse el lujo de seleccionar al alumnado y de expulsarlo cuando la dirección y la propiedad lo estimen oportuno.

En cambio, todos los profesores y profesoras de las escuelas públicas saben que esa inflexibilidad es un pesado corsé que impide atender debidamente a los alumnos procedentes de la emigración.

La LOGSE intentó superar un poco el mito del agrupamiento homogéneo de los alumnos sustituyendo los cursos por ciclos, pero no prosperó por muchas razones, no siendo la menos importante la presión que ejercieron las grandes editoriales de los libros de texto.

Una de las conclusiones a que llegó el profesor Arturo de la Orden (1975) en su rigurosa investigación sobre “El agrupamiento de los alumnos” es que el concepto de grado, en cuanto tramo significativo del programa escolar, caracterizado por el elenco de conocimientos, aptitudes y destrezas, previa y rígidamente establecido como expresión del trabajo discente y del progreso instructivo de los alumnos a lo largo de un curso de escolaridad, es arbitrario.

Su referencia implícita, o explícita, al nivel educativo del hipotético alumno medio de una determinada edad no tiene ningún fundamento científico, ya que en muy pocos casos, si es que acontece en alguno, los conocimientos reales de los alumnos se corresponden con el nivel preciso de instrucción en cada materia fijado por la administración para cada curso, o grado.

Es decir, hoy no existe ninguna duda de que el agrupamiento vertical específico que exige la escuela graduada resulta arbitrario y perjudicial para todo tipo de alumnos, sea cual sea el enfoque adoptado.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.