Cultura

Sobre literatura aragonesa

 

            Lo primero que tengo que decirles a ustedes hoy, sintiéndolo mucho, es que no les voy a poder hablar ni una palabra de literatura aragonesa. Sobre todo porque eso no existe en absoluto, y porque me parece inapropiado que se hable de literatura aragonesa cuando en realidad se pretende hablar de literatura hecha por aragoneses y/o pergeñada en Aragón.

            Que no existe tal cosa es asunto de lógica, igual que tampoco podemos decir que exista una literatura juvenil –aunque se hable de ella a todas horas-, un pan turolense, una silla para ancianos, un cielo madrileño o una economía catalana. Sería más razonable hablar, sin embargo, de la literatura que se hace en Aragón –eso sí, ya lo creo-, sea o no de autores aragoneses; o de la literatura hecha por los aragoneses de la diáspora. O de la literatura hecha por aragoneses en Aragón; o en Zaragoza, o donde más rabia nos dé. Y también podríamos hablar largo y tendido de la literatura escrita en fabla o en español de Castilla. De todo esto, y aun de más cosas, sí que podríamos hablar un rato.

Podría aludir yo aquí a la literatura hecha por mujeres o por hombres de la tierra, por damas singulares o por sesudos varones, pero no puedo hablarles con justicia de una literatura aragonesa propiamente dicha porque semejante cosa, además de constituir un chovinismo localista, está todavía por inventar. Incluso a pesar de las abundantes publicaciones que titulan así –Literatura aragonesa– algunos de sus epígrafes, capítulos o incluso libros enteros. En algunos casos, no pasa de ser una mera forma de explicarse, sólo eso y nada más.

Pues bien, con el permiso de ustedes, voy a centrarme un poco en repasar algunos aspectos de la literatura que se hace hoy en Aragón. Que de eso, modestamente, sí conozco algo. Para ello, nada mejor que puntualizar –de entrada- que en Aragón se hace hoy una literatura muy diversa y de varia calidad. Igual ocurrirá, supongo, en todos los sitios, porque en esto de la creación literaria, los territorios del país andan parejos.

            Muy diversa me parece la literatura actual que se forja en Aragón –digo- por la cantidad de géneros, por el número de autores de la tierra y foráneos que trabajan e incluso publican en Aragón, y por el distinto criterio con que se aborda la creación literaria dependiendo de la edad y procedencia cultural de los distintos autores.

            De calidad varia porque, al lado de obras de magnífica factura y de impecable presentación y hechura, las hay también que desdoran los honestos y sufridos anaqueles de las librerías, acostumbrados actualmente a soportar en sí las ediciones más variopintas y las obras más opuestas en cuestión de calidad y aun de estética o presentación pública.

            Es bien sabido que hoy escribe un libro cualquiera que se empeñe, tenga o no qué decir y sepa o no cómo decirlo. El más tonto escribe una novela. O se la escriben, si me apuran, mientras pague sus buenos dineros por figurar como autor en la portada con letras de molde.

Jóvenes leyendo en la calle

Jóvenes leyendo en la calle

Y en el otro lado del cordel –en el lado de los listos, o de los listillos mejor- observamos un negocio montado en torno a ciertos autores mediáticos que raya en el descaro amargo o, lo que es peor, en la tomadura de pelo. Así es que ya no hay tampoco una vara de medir tan exigente como antaño. Ahora parece que todo vale, siempre y cuando se presente en formato libresco y esté avalado por una editorial conocida, de esas que se gastan un dineral en propaganda y fabrican escritores donde no los hay ni de lejos. A más propaganda, mayor difusión de la obra –merezca o no la pena literariamente hablando-, mayor venta de la misma y también mayor beneficio. Todo mayor, menos la obra misma, que a veces no vale ni el papel en el que está impresa.

            Pero estos asuntos, amigos míos, nos llevarían muy lejos y por vericuetos poco agradables, y no estoy dispuesto a seguir avanzando por sendas enfangadas.

            El panorama de la literatura que se hace hoy en nuestra comunidad autónoma es más complejo de lo que podría parecernos, ya que son numerosas las vías de salida a los textos de autores ubicados en esta tierra nuestra, tan proclive –dicho sea de paso- a no reconocer méritos de autores naturales de Aragón y a levantar estatuas, mientras tanto, a los que de fuera vienen. Esas distintas vías son, esencialmente, la prensa diaria y los suplementos literarios de los periódicos, las revistas, las publicaciones sufragadas con fondos institucionales y, por último, lo editado a través de la empresa privada.

            Los autores suelen moverse entre una serie de estrechas posibilidades editoriales que, sólo de vez en cuando, fagocitan textos de uno u otro afortunado para hacer con ellos eso que llamamos libros, y que siempre parecen guardar el secreto especial de algo irrepetible.

            Predominan, de un modo palmario, las obras de narrativa, en especial la novela como género más popular. Quizá el relato, y sobre todo el relato breve, tenga en la actualidad más vigencia que hace años, sobre todo por la meritoria labor difusora de algunas editoriales; valga el ejemplo de Páginas de Espuma, ubicada en Madrid, una empresa que apostó desde sus comienzos por un fomento del género, experiencia que les ha dado excelentes resultados en todos los sentidos. No nos olvidemos tampoco del ímpetu que ha tomado el llamado microcuento como contrapunto del relato extenso o la novela corta.

            Actualmente, en Aragón hay un claro predominio de la narrativa sobre la poesía y otros géneros literarios que podríamos calificar de minoritarios. Hay que reconocer que se escribe en prosa. Y me parece que eso es así porque lo que únicamente llega al gran público de verdad es la novela y el relato. Y claro, los editores lo saben y no exponen sus dineros, con la frecuencia que sería deseable, en aventuras líricas que en poco pueden llenar sus cajones. El verso no vende; no hay un público, ni siquiera minoritario, que compre y lea poesía. Y esto, sin duda, es una tragedia más de nuestra cultura contemporánea.

            Algunos optimistas dicen ahora que cada vez se lee más. Es posible que así sea, no lo sé, pero tengo la sensación de que cada vez leemos más los que leemos, mientras que no leen nada los que nada acostumbran a leer. Y creo que las mujeres –eso sí- nos ganan cuantitativa y cualitativamente a los varones en esto del hábito lector, actividad sin la que el ser humano tiene difícil su crecimiento interior.

            Intuyo que los lectores nuevos, los que se incorporan poco a poco al mundo de la lectura, buscan en la literatura un reflejo intelectual, filtrado pero emotivo, del mundo que nos rodea y de sus múltiples referencias.

            Los autores aragoneses con más proyección nacional son, entre otros, la indiscutible Soledad Puértolas, Javier Tomeo, que ha luchado como gato panza arriba muchos años para ir subiendo los peldaños de la popularidad y el reconocimiento; Luis del Val, y el todavía joven Ignacio Martínez de Pisón, que ya tiene su lugar y al que se hará más caso aún conforme pasen unos años. Tendría que citar a Félix Romeo Pescador, que con sólo un par de novelas bien ubicadas y mucha labor de animación cultural, ha sabido imponer su valía literaria y convertirse en un autor mediático. Todos ellos, o casi todos, viven fuera de Zaragoza desde hace años, aunque en la última década se dejan caer con cierta frecuencia por su tierra natal. Estos años atrás han despuntado mucho igualmente escritores que viven en Zaragoza, como Javier Barreiro, Magdalena Lasala, Joaquín Sánchez Vallés, José Luis Rodríguez, Ramón Acín, José Luis Corral, Ángeles de Irisarri, Juan Bolea, Javier Delgado y Julio Cristellys, quienes han visto sus libros editados sin excesivas dificultades en editoriales de ámbito nacional. Autores más jóvenes que también dan que hablar son, por ejemplo, Lorenzo Mediano, Purificación Menaya, con una prosa muy suelta que enamora a chicos y grandes, Ángel Gracia, Raúl Tristán, Michel Suñén y Roberto Malo. Unos están empezando a escribir, otros ya llevan una trayectoria mínima, pero todos –maduros y jóvenes- ponen sobre la mesa de la creación literaria sus esfuerzos y anhelos.

            En el ámbito de la poesía, es de justicia citar la encomiástica labor de la editorial Olifante, fundada por Trinidad Ruiz Marcellán en 1979, nada menos. Ya ha llovido desde entonces. Miguel Luesma Castán es una de las voces con más solera poética de nuestro presente horizonte lírico. Y otros nombres a tener en cuenta son los de Luciano Varea, Fernando Ferreró y Manuel Vilas, por citar algunos que me vienen a la memoria en este momento. Que me perdonen los no citados, pues mi memoria es flaca y poco fiel a mis deseos.

            Desde la Universidad, también se está haciendo una gran labor de investigación y apoyo a la literatura. Profesores y ensayistas como José Carlos Mainer, José Luis Calvo Carilla, Leonardo Romero, Alberto Montaner, Antonio Pérez Lasheras y Jesús Rubio, entre otros, colaboran activamente en esta meritoria, larga y costosa tarea.

            Sintetizando, y para no cansarles más de lo preciso, terminaré diciendo que, aun sin ver en las obras de los autores de Aragón ningún rasgo unificador y especial que pueda inducir a ponerles la etiqueta de literatos aragoneses, veo no obstante un panorama relativamente esperanzador, a pesar de lo mucho que queda por hacer en esto de crear un saneado escaparate de buena literatura hecha por aragoneses o pergeñada en Aragón.

            Como dijo Richard Steele, “la lectura es a la inteligencia lo que el ejercicio es al cuerpo”. Leamos pues todo lo posible y mantengámonos en buena forma.

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Sobre el autor

Ricardo Serna

- Doctor en Patrimonio
- Licenciado en Filosofía y Letras [Historia]
- Máster en Historia de la Masonería en España
- Diplomado en Estudios Avanzados de Literatura Española