Cultura

M*A*S*H

El show televisivo que revolucionó la historia de las sitcoms.

El show televisivo que revolucionó la historia de las sitcoms.

Primero fue dale, hagamos reír a la gente los treinta minutos que nos han dado; luego fue ¿y si les provocamos risa primero y llanto después?
Así comenzaron a trabucar los episodios, y lo que se inició como una sitcom terminó siendo una dramedia, combinación de drama con comedia para que el público —ese ente que todo lo podía— aprendiera que a la guerra, cualquier guerra, hay que decirle “no, gracias —tengo”.
El último episodio de la serie, que salió al aire el 28 de febrero de 1983, fue el episodio final más visto por la tele y mirá que hubo episodios finales de series importantes; pero como este, ningún otro.
El 17 de septiembre de 1972 salió al aire Mobile Army Surgical Hospital, M*A*S*H, con el Allie —Alan Alda— a la cabeza de un equipo de cirujanos y militares más locos que gato en lechería. El Allie hacía de Hawkeye Pierce, un maverick anti milicos. Era quien daba un sosegáte a los mayores Frank Burns y Margaret “Hot Lips” Houlihan cuando ambos andaban con menos onda que un desalojo. Era un Batman con escalpelo y barbijo en lugar de bati-capa y bati-antifaz.
Su wingman en las tres primeras temporadas fue Wayne Rogers aka John Francis Xavier McIntyre o el dueño de la sonrisa más sexy de los setenta, además de esos rulos que querías peinarle con los dedos. Nadie le decía John o Francis o Xavier. El tipo era Trapper John, sanseacabó. En el cuarto año de M*A*S*H el Wayne se peleó con la producción y se mandó a mudar sin decir chau. La gente lo extrañaba, pero se acostumbró al nuevo Robin: el capitán B.J. Hunnicutt, en la vida de “adeveras” Mike Farrell. Linda sonrisa, cero rulos.
El programa fue lo más cercano a la comedia negra que había en pantalla en esa época. Se basaba en la peli del año ’70, dirigida por Robert Altman y seguía el día a día de la unidad quirúrgica móvil 4077 asentada en Uijeongbu, Corea del Sur, durante la Guerra de Corea —perdón— la “acción policial” de Corea. La desarrolló Larry Gelbart, el hombre-comedia que acaba de morirse, faltando una semana para el aniversario treinta y siete del lanzamiento del piloto.
Pensar que estuvo al aire durante once años con 251 episodios, cubriendo y más que nada criticando puntualmente ese conflicto militar de tres años con todo el humor negro del mundo. Comenzó en el puesto 43 del ranking, para llegar al tercero en 1983. Ocupó los puestos cuatro, cinco, nueve, siete y quince, pero se quedó instalada hasta el día de hoy en una pila de canales de cable, para gozo de los fanas.
Más de uno se ha preguntado qué significan los asteriscos en la sigla. Bueno, es igual que las iniciales de Be Jota Hunnicutt: significan lo que tú quieras pero, en realidad, nada. Otra interrogante la ponía el laugh track. Los creadores de la serie querían deshacerse del bicho ese, porque en la guerra no hay mucho de que reírse, pero el canal les dijo que o ponían el laugh track o la serie no salía. Con más neuronas que los ejecutivos de la CBS, los británicos de la BBC entendieron el mensaje y la pusieron sin risas… qué loco. Igual, si le veías el naso a Jamie Farr aka el sargento Maxwell Q. Klinger, te tirabas al suelo, pateando al aire de la risa.
Otro personaje entre tierno y ferozmente ingenuo era el secretario del comandante, Walter Eugene O’Reilly o simplemente Radar, porque como era cegato tenía un oído literalmente a prueba de balas y escuchaba el acercamiento de los helicópteros con gente herida o muerta un cuarto de hora antes que los demás. También te leía el pensamiento, o eso parecía. Gary Burghoff hizo un personaje querido para todo el mundo, cuando él mismo no era querible por ninguna parte.
Qué destino parecido a un guión de Dickens tuvo esta serie: se murieron ya dos de sus actores principales, Larry Linville y MacLean Stevenson, ese coronel Blake que me recuerda a un jefe que tuve: bueno en el fondo, pero bruto en serio.
Se murió también el coronel Flagg, Ed Winter; y últimamente se murió Patrick Swayze, que personificaba a un soldado con el brazo roto y con leucemia.
M*A*S*H fue una comedia de tiros al aire; líos, fugas, filos y tan abierta que fue el primer programa donde se dijo “hijo de puta” con todas las letras. En los Setenta, mirá vos.
Ahora el Smithsonian tiene un set de la serie armado en una sala; es el Swamp o carpa de los cirujanos, donde Hawkeye, Trapper John y más tarde Beej tomaban martinis hechos con gin a partir de alcohol puro destilado a través de calzoncillos y medias viejos. Y… recursos de guerra.
La serie dejó su costado cómico cuando Larry Gelbart se fue después de cinco años de vivir con el chiste a flor de página. Se apuntó Alan Alda en el puesto, para llevarle la contra al sistema y a Vietnam, guerra en progreso. Primero fueron unas lagrimitas, después una escena dramática, luego dos. Al final ya no sabías de qué reírte. Los episodios se hicieron más y más políticos, predicando al televidente.

En el año once los actores, productores y el público le dijeron ya está bueno, suficiente. Para decir adiós filmaron unepisodio de dos horas y media, visto por ciento seis millones de gringos. La historia apócrifa cuenta que la gente esperaba hasta la pausa comercial para ir al baño, así que iban todos a la vez, ocasionando un serio atasque de los sistemas de drenaje en Nueva York.

M*A*S*H lleva veintisiete años fuera de circulación en su país de origen, pero en Australia lo ven todavía de lunes a viernes, puntualmente a las cuatro y media. Andarán sonriendo sus actores muertos, porque se han convertido en una tachuela bien clavada en el tiempo. Se han hecho infinitos. O sea, no hay Good-bye, Farewell and Amen para esta serie que está siempre, sin imponer ninguna clase de nostalgia.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.