Asturias, de costa en costa

La costa asturiana, desde Llanes hasta Tapia, es la continuidad de la línea quebrada, a la que acuden las olas para estrellarse en vano sacrificio porque la muralla no cede ante galernas. De vez en cuando, se abren ensenadas donde se refugian los barcos y bulle la vida. Las playas en calma sestean bajo la brisa, con las arenas mojadas por las mareas. Es un mundo de trasgus y serenas. Magia. Asturias es mar y bosques de copas que se ondulan como mares. Sus gentes son afables; su vieja raíz mineral aflora por los ojos y su mirada acoge pero a la vez mantiene la distancia que sólo pueden cruzar los instantes. Amigos de fiestas, sin embargo, tienen un brebaje de manzana que alegra los sentidos, como ancestral receta de druida, con una euforia que mide la amistad por las botellas consumidas. Sidra la llaman. Incluso se bebe en cualquier ocasión. Es un pueblo bravo y aventurero que  hacen sentirse bien entre ellos.

Hemos querido caminar por las Puntas para asistir en primera fila al espectáculo. Bajo nuestros pies se abren escarpados farallones rumbo al mar que los espera desde hace millones de años. No es posible eliminar el vértigo ni la certeza de nuestra pequeñez. Finalmente hemos descendido hacia el oleaje caminado por los acantilados donde se pueden ver las huellas de los dinosaurios.

Punta del Pozu, de Borines, Covachera, de la Vaca, del Caballo. El Cabo de Peñas, lo más al norte del norte asturiano. Todas altivas viendo como el mar intenta socavar sus cimientos.

Puertos marineros de Tereñes, Lastres, Villaviciosa, Tazones, Gijón, Cudillero, Ribadesella. El trajín de la pesca que tiene herencia ballenera. Descargan en el muelle, merluzas, sargos, virrey, rape o centollos.

Más al sur, pasadas las montañas, en la tierra que tiene el alma negra, hay gente que se adentra  en su interior para llevarse un trozo. Esta gente de las minas no ven el mar cada día cuando se levantan aunque sólo con oler el viento saben que les ofrece el último cobijo. También aquellas tierras son Asturias.