Sociopolítica

Al final de dos carreras, dos masters, idiomas… sólo un peligroso acantilado

La joven búsqueda por la supervivencia.

No sé muy bien a qué categoría correspondería este escrito, quizás actualidad, sociedad, opinión, no me importa, simplemente voy a utilizar el folio en blanco virtual que tengo delante para expresar desde mi situación y mis palabras lo que estoy viviendo, lo que estamos viviendo.

Martha R. Barilari

Me planteo esto como un ejercicio de desahogo, como una especie de escape o de enorme respuesta para todos aquellos que me preguntan cómo estoy y si he encontrado trabajo.

También podría verse como una indirecta hacia todos los que ni siquiera preguntan porque están demasiado ocupados respondiendo a las preguntas que les hacen. Decido sentarme delante del ordenador justo cuando veo en un famoso concurso de televisión a una mujer afirmando que, aunque es profesora y quiere que sus alumnos estudien mucho, estudiar no sirve para nada. ¿Es así? ¿Estudiar no sirve para nada?

Lo cierto es que si ahora mismo mi hija me pidiera consejo sobre qué hacer con su futuro no sabría qué decirle. Me he pasado veinte años, prácticamente toda mi existencia, formándome con la idea de labrarme un buen futuro como me decía mi padre, para el día de mañana tener un buen trabajo y una buena calidad de vida. Ahora que toda esa etapa ha pasado tengo tantos pensamientos negativos que me invaden que no sé hacia dónde ir, ni qué podría hacer o cómo estaré dentro de un mes… ¿es acaso toda mi vida una pérdida de tiempo absoluta? ¿He crecido dentro de una enorme mentira que nos engullía a toda mi generación exprimiéndonos hasta la última gota de esfuerzo para llegar a una meta inexistente?

El camino ha sido largo, por momentos duro y a ratos agradable. Al final de dos carreras, dos masters, idiomas y todos los cursos que he podido hacer, no hay nada más que un peligroso acantilado y si doy un paso más caeré a un vacío aterrador del que cada día me siento más cerca.

En ese vacío no soy nada, no estoy preparada para nada, no soy capaz de hacer nada; en ese vacío no tengo experiencia laboral porque me he pasado toda mi vida estudiando algo para lo que tampoco hay espacio. Porque he dado mil vueltas, mil pasos hacia atrás, he buscado otros caminos, he recorrido senderos diferentes que parecían ofrecerme otras posibilidades y cada uno de ellos me ha traído al mismo punto de partida.

Cuando uno pasa meses sin trabajar y deja de tener dinero ni siquiera para el transporte público, el círculo vicioso comienza a crecer sin parar porque lo poco que tiene ha de destinarlo a las necesidades básicas y sociabilizarse no forma parte de la supervivencia.

Los amigos terminan por desaparecer poco a poco, los mensajes dejan de llegar, el teléfono deja de sonar y el desdén crece inevitablemente hacia tantos aspectos del día a día hasta convertirse en una bomba de amargura interna a punto de explotar.

Es cierto, los desempleados parecemos una especie de plaga mortal que se extiende sin remedio alguno, y salir a buscar trabajo es un claro síntoma de lo que podría denominarse la peste urbana. Yo lo he hecho con la cabeza muy alta, me he cargado de carpetas llenas con currículos más elaborados y completos y otros más vulgares, y los he repartido donde me han dejado, en cualquier negocio, grande o pequeño, y puedo decir que es una de las tareas más difíciles que he realizado en mi vida. Y es irónico que en un país donde la tasa de desempleo ha crecido hasta límites vergonzosos, aún la gente rechace con desprecio en su mirada al que intenta salir adelante ante esta patética y ridícula situación. Es triste que los contratos existentes sean tan mediocres y los trabajos en negro aumenten cada día como única vía de escape, y es deprimente salir a la calle y tener que girar la cara hacia otro lado cada vez que te encuentras con quien ayer estaba donde tú estás y hoy mendiga para dar de comer a su familia.

Me pregunto constantemente cuáles son mis opciones reales. La poca gente que pueda tener interés en mi persona me aconseja que vuele por Europa, pero lo cierto es que eso es totalmente imposible sin destrozar a mi familia o a mí misma. Así que supongo que solo me queda esperar a que la decepción siga creciendo, no perder la esperanza y refugiarme en mis pequeñas pasiones personales mientras pasa el tiempo y mi país primermundista estalla. Porque es mi tierra la que se está derrumbando, el lugar donde todos tenemos derecho a un trabajo y a una vivienda digna, donde mis sueños dependen únicamente de un sueldo fijo, como los de antes, como los que tienen los grandes ladrones que nos roban a los pobres para alimentar más y más su atestada avaricia. ¿Qué hemos hecho mal? ¿Por qué tenemos tanto miedo? Vivo aterrada haciendo cuentas, buscando aquí o allá, ahorrando céntimos en la hucha de mi infancia que tantas sonrisas guarda y dejando que los días pasen sin remedio, pendiente del móvil que puede albergar alguna oportunidad y sosteniendo, agotada ya, los viejos cimientos derruidos de mis sueños.

¿Y ahora qué? Tiempo al tiempo… diremos. Continuaremos buscando, me dicen. Ánimo, algo saldrá, con la palmadita en la espalda. Pero ¿dónde están los límites? O debería preguntar si existen. ¿Y mis propios límites?

Por mi parte, seguiré saliendo cada semana con mis carpetas llenas de oportunidades o de decepciones, continuaré dando vueltas de un lado a otro y aguantando los muros de la vida, mezclándome entre la muchedumbre diaria de carpetas, buscando el camino que me devuelva al lugar seguro del que una vez formé parte, del que alguna vez me perdí.

Aunque quizás no debería seguir buscando, dicen que cuando te pierdes, lo mejor es quedarse quieto, en un mismo punto exacto, para que sean los demás los que te encuentren.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.