Cultura

Un genuino legado musical del mejor Bakshi: American Pop (1981)

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Hablar de Ralph Bakshi sería adentrarnos en un capitulo esencial de la historia animada norteamericana. Están quienes lo aborrecen al no sentirse congraciados con sus mordaces fabulas urbanas y algunos –según ellos- trucos infames que utilizó para generar movimiento; desde la animación limitada –infravalorada injustamente, hasta reutilizar posiciones o expresiones en sus secuencias por ejemplo. En cambio soy de aquellos que valoran su trabajo como un peldaño innovador y significativo dentro de la extensa narrativa americana. Se atrevió a utilizar con la animación tradicional otras técnicas como la rotoscopia, los efectos fotográficos e incluso imágenes en live-action para crear largometrajes híbridos y dirigidos al público adulto de inexorable riqueza estética.

Satíricas, polémicas, explícitas e ingeniosas, sus películas poseen un discurso franco tan inteligente como transgresor en lenguaje, y que disecciona las comarcas más inhóspitas de la densa condición humana. Su filmografía podría dividirse en dos ramas, los relatos en la selva de pavimento y las aventuras fantásticas más allá del mero entretenimiento. Hablaremos ahora de un destacado exponente del primer grupo, una cinta que para mí establece la madurez de Bakshi como cineasta,  sean bienvenidos a la hermosa y turbulenta odisea llamada American Pop.

Nos cuenta el transcurso de una familia judía y de ascendencia rusa en cuatro generaciones, donde cada individuo (Zalmie, Benny, Tony y Pete) muestra gran talento musical y una impetuosa determinación para cumplir sus sueños durante este recorrido en paralelo a ciertos periodos de la historia estadounidense. Por lo tanto, mediante definidos personajes, podremos experimentar el progreso musical en gran parte del siglo XX; donde las canciones no solo acompañan escenas visualmente, sino que resaltan matices dramáticos y define esas personalidades, todas con verosímiles anhelos de rebelión personal.

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Tiene una continuidad convencional, al contrario de algunos trabajos anteriores de Bakshi, cuyas muestras eran más experimentales y algo dispersas –Fritz el gato o Heavy Traffic-, que solo podían avanzar de acuerdo a la disposición del espectador. Este elegía hacia donde iba en una concatenación de anécdotas sin un hilo conductor definido. Luego desde su adaptación de El señor de los anillos –la cual disfruto aún más que la versión de Peter Jackson-, u otras aventuras como Wizards o Coonskin,  sus relatos tenían un punto en concreto para transmitir mejor sus ideas o críticas contra los flagelos de la discriminación, la desigualdad social o la represión cultural. La ficción se disipa parcialmente entre las duras calles de una urbe corrupta y los exuberantes entornos sobrenaturales.

Sin embargo, encuentro un elemento constante en todos los universos del director, la supervivencia. Que traspasa los trazos en acetato y nos revela la perpetua lucha por preservar su independencia creativa, luego de innumerables percances con las productoras – basta recordar cuando el estudio Warner Bros altero en secreto su filme Hey good lookin  con un nuevo montaje para su estreno- o los mojigatos censores, y en la película que nos ocupa queda palpable esa motivación transgresora. En un movimiento arriesgado, pero inteligente, Ralph decide prescindir de sus propios diseños para animar actores directamente con rotoscopia e intentar encajarlos armónicamente en unos fondos que desbordan expresividad e imaginación, captando una meritoria naturalidad.

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También cabe mencionar que Bakshi pago hasta un millón de dólares –cantidad monstruosa para la época- por los derechos de algunas canciones para conducir y complementar la travesía. Tenemos piezas de Vodevil al principio o algo de jazz y después clásicos del rock por Janis Joplin, Jimi Hendrix, Lou Reed o también de grupos como The Doors y The Mama’s The Papa’s. Una selección excelsa que reflejaba el espíritu de la contracorriente cultural.

Genera y transmite emociones, pues surge una nostalgia bien dosificada en pos de presentar los sucesos con un ritmo envidiable. Pero a mi gusto algunas escenas no terminan de cuajar o poseen poco desarrollo, van algo deprisa y podrían cortar bruscamente la conexión del espectador, aunque puede dejarse pasar por el hecho de que si estás muy involucrado, su legendaria banda sonora te guiara con elegancia al contemplar.

Un honesto testimonio de coraje y una de las experiencias más personales que tenido gracias a la voz única de un realizador que ha logrado plasmar esa profunda sabiduría popular muy poco abordada por otros menos audaces.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.